Más de un billón de personas, es decir, 1 de cada 7 (15% de la población mundial), padece de algún tipo de discapacidad – cantidad que se prevé incrementará por el envejecimiento poblacional y una mayor prevalencia de enfermedades crónicas. 80% de las personas con discapacidad se encuentran en países en desarrollo y esta condición es más prevalente en mujeres y niños.
Más allá de estas cifras, si bien los hombres y mujeres con discapacidad son un grupo heterogéneo en cuanto a razas, etnias u orientación sexual, lo cierto es que comparten una historia común de discriminación, marginación e invisibilidad. Existen cotidianamente barreras físicas en el entorno, en la información y comunicación, en la tecnología, así como actitudes y prejuicios sociales que limitan a las personas con discapacidad en el goce de sus derechos y el libre acceso en aspectos trascendentales para sus vidas. Hombres y mujeres con discapacidad sufren de una discriminación y marginación constante en ámbitos como la educación, el trabajo, la salud, la justicia, la toma de decisiones y la participación democrática, entre otros, que impiden su pleno desarrollo como personas y merman su potencial de desarrollar su talento y aportar a la sociedad.
Las barreras del entorno y sociales crean verdaderos muros de exclusión y discriminación que se vuelven más altos y difíciles de derribar y franquear si se le suman otras desigualdades asociadas al género, a las situaciones de mayor fragilidad en algunas etapas de la vida (infancia y tercera edad), a la pertenencia a grupos vulnerables y debido a las condiciones socioeconómicas. Estos grupos vulnerables experimentan incluso mayores perjuicios de los que ya sufren las personas que padecen de alguna discapacidad.
Mujeres y niñas con discapacidad. Si de por sí existen barreras para el pleno goce de derechos y oportunidades para las mujeres en igualdad, estas se agravan aún más en el caso de mujeres y niñas con discapacidad. Es por lo que se habla que padecen en partida doble: de ser excluidas en la toma de decisiones tanto en el ámbito público como privado y de ser víctimas de una “doble discriminación”, tanto por su género como por su situación de discapacidad. Como resultado, las mujeres y niñas con discapacidad deben lidiar con dificultades adicionales, incluso en comparación con los hombres. Por ejemplo, existen estudios que señalan que las mujeres con discapacidad son doblemente propensas a ser víctimas de violencia y abuso – incluyendo la sexual; a que se les niegue el acceso a los servicios de salud y, en particular, a la salud reproductiva, y a que se les someta a esterilización forzada.
Niños con discapacidad. Por otra parte, se estima que alrededor de 240 millones de niños en el mundo viven con algún tipo de discapacidad (UNICEF). Los datos son desconcertantes. De ellos, según la revista médica The Lancet, 1/3 han sufrido maltrato emocional y físico; 20% ha experimentado abandono y 1 en 10 niños ha experimentado violencia sexual. Además, a menudo no tienen acceso a la educación – menos aún a una inclusiva y de calidad – o bien se les aísla. En este sentido, en comparación con los niños sin discapacidad, los niños con discapacidad tienen: 49% más de probabilidades de no haber asistido a la escuela o recibir educación formal; un 42% menos de probabilidades de tener conocimientos básicos de lectura, escritura y aritmética; 24% menos probabilidades de recibir una atención temprana y receptiva; 32% más de probabilidades de sufrir castigos corporales; y 51% más de probabilidades de sentirse infelices (ONU). En abono a lo anterior, es más probable que los niños y adolescentes con discapacidad sufran de emaciación grave y desnutrición, lo cual a su vez agrava su situación de discapacidad. Todas estas dificultades tienen repercusiones en etapas posteriores a su desarrollo que merman sus oportunidades en diferentes ámbitos como el laboral, económico o educativo, o bien, en su expectativa de una vida saludable, longeva y de calidad.
Personas de la tercera edad con discapacidad. La discriminación por edad encierra una visión negativa de la vejez de la cual se derivan actitudes que discriminan, aíslan y merman los derechos de ese grupo poblacional, al considerarlo como una carga social más que valorarlo por sus aportaciones y experiencia. La población mundial está envejeciendo. Se estima que para el 2025, las personas de más de 60 años representarán el 21% de la población. Más de la mitad de ellos tendrá alguna discapacidad – sin tomar en consideración aquellos que no se identifican como personas con discapacidad a pesar de que experimentan dificultades en su funcionamiento cotidiano. Lo anterior hace que este grupo sea el mayor con discapacidad. Como en los demás casos, los adultos mayores con discapacidad sufren de una mayor discriminación, aislamiento, maltratos, invisibilidad y se les coarta más su independencia que a sus pares sin alguna discapacidad. Esta situación se ve agravada además por su género – las mujeres de la tercera edad con discapacidad son más propensas a ser “institucionalizadas” y a sufrir violencia y abandono. Esta agravante es mayor incluso en el caso de mujeres que además pertenecen a minorías étnicas (aunque en algunas comunidades sucede lo contrario y se les brinda una mayor protección) y a grupos vulnerables (LGBTI).
Minorías étnicas, raciales y otros grupos vulnerables. Las minorías étnicas, raciales y otros grupos vulnerables tienen un índice de mortalidad más alto y de muerte prematura que el resto de las personas discapacitadas. Además, sufren para acceder a la educación de calidad – particularmente en grados superiores; a puestos de trabajo con mayor remuneración y a un sistema de salud eficiente, debido a barreras económicas, culturales, estructurales y prejuicios sociales a los que se enfrentan no solo como discapacitados sino por ser miembros de minorías. Más que ningún otro grupo, una mayoría parece estar condenada a alojamientos y viviendas subestándares – y que además no son adecuadas para sus necesidades – y tienen más probabilidades de ser personas sin hogar. Como si fuera poco, se estima que los adultos de minorías vulnerables y grupos étnicos son 50% más propensos de experimentar violencia en tanto que los niños son tres veces más propensos de ser víctimas de crímenes violentos (NACCHO).
Bien decía Mahatma Gandhi que “la verdadera medida de cualquier sociedad puede encontrarse en cómo trata a sus miembros más vulnerables.” Tenemos aún mucho por hacer, particularmente en México, para evitar que las personas con discapacidad se queden en total indefensión, sean discriminadas e invisibilizadas – incluso entre los grupos de activistas que abogan por los derechos de otros grupos vulnerables sin discapacidad. La pandemia no ha hecho más que agravar más la situación y poner al descubierto las desigualdades sistémicas en el acceso a servicios y oportunidades. Debemos entender que la discriminación en detrimento de las personas con discapacidad no solo evita que puedan desarrollar su talento, vivir su vida con más plenitud y felicidad, y hacer una aportación mayor a la sociedad, sino que merma el desarrollo económico de todos, limita la democracia y erosiona nuestro tejido social. Todos, desde cada una de nuestras trincheras, podemos contribuir – incluso con pequeñas acciones – a un cambio cultural y a mayores oportunidades para las personas con discapacidad. Recordemos que pequeños cambios continuos realizados por muchas personas acaban por tener un gran impacto y generar el cambio social que todos queremos.